88 años del negro Durán, al que llaman Naferito

Por Juan Rincón Vanegas

@juanrinconv

Apareció sentado al lado de la cerca del patio de su casa viendo como el sol asumía su rol en esas eternas mañanas calurosas de El Paso, Cesar, y entonces comenzó a darle rienda suelta a las reminiscencias, teniendo presente las palabras de los locutores de otrora. “Hoy, agrega un año más de vida al collar de su existencia el dilecto maestro y Rey Vallenato Náfer Santiago Durán Díaz”. Efectivamente, agrega 88 años.

En ese escenario estaba el negro de ébano. El mismo que cuando se lleva su inseparable acordeón al pecho le parece un juguete. Ese que hizo su propia presentación en la canción ‘La grabadora’. “Yo soy el negro Durán, al que llaman Naferito, pronto escucharan por disco, mi música popular”.

Cuando se le preguntó por el sentimiento que lo embargaba al llegar a esa edad con los motores prendidos, tocando firme su acordeón, componiendo nuevos cantos y con el ánimo por todo lo alto, a pesar de las tristezas que nunca faltan, sus primeras palabras fueron darle gracias a Dios por la largura de años.

“Dios que todo lo sabe y puede, ha sido maravilloso conmigo. Por eso no me canso de darle las gracias. Ya son 88 años y claro, estoy preparado cuando me llame a su presencia”, expresó.

Se quitó su sombrero, levantó la vista y notó que había un cielo despejado con pocas nubes circulando y el sol siendo dueño del firmamento. Al ver ese panorama fungió de pronosticador del tiempo y manifestó: “Este mes las lluvias están de vacaciones”.

El hijo de Náfer Donato Durán Mojica y Juana Francisca Díaz Villarreal, se puso serio y anotó que lo último que jubilará sería su acordeón porque ha hecho posible que su sonido acompañe los latidos de su corazón. Y remata su comentario de la manera más sublime del mundo. “Dejar de tocar mi acordeón es morir en vida”.

Sin lugar a equívocos, acudiendo a la tradición oral es de los contados acordeoneros que a su edad continúa sacándole notas al instrumento sagrado del folclor vallenato. Efectivamente, desde niño aprendió a tocarlo y de eso ha vivido siendo el mejor manjar para alimentar la numerosa familia que ha seguido su huella.

La extensa hoja de vida de Náfer Durán señala que ha grabado muchos discos, que se coronó Rey Vallenato en 1976 y siete años después al ir en busca de la segunda corona en el Festival de la Leyenda Vallenata fue declarado fuera de concurso. Es el único que ostenta ese honor. Además en ese espacio se destaca que en el año 1976 grabó el disco ‘Herencia Vallenata’ con el cantante Diomedes Díaz Maestre.

“Me siento orgulloso de ser el acordeonero que sacó a la luz pública a Diomedes Díaz. Al abrirle ese camino ‘El Cacique de La Junta’ se fue proyectando hasta llegar a ser un gran superdotado de la música vallenata. Siempre que nos encontrábamos recordábamos ese hecho y le decía que lo admiraba mucho”, indicó Náfer Durán.

Sin tí, no puedo estar…

Con su corazón abierto y el pensamiento dándole órdenes comenzó a hablar de la canción que le abrió el camino del amor al lado de Rosibel Escorcia Mure. A ella, con el alma atropellada por la ausencia le compuso ‘Sin ti’ donde en tono menor le expresaba que vivía triste y loco por tenerla cerquita.

Entonces hizo un repaso al primer verso donde la nostalgia le llegó plena al corazón.

Con mi nota triste

vengo a decirle a tu alma,

lo que está sufriendo mi sincero corazón.

Ya no tengo paciencia,

ya no tengo calma

solo vivo triste y loco por tu amor.

Estando atrapado en la atarraya de la añoranza dijo que la historia es más linda que el propio canto. Sin dar ninguna vuelta habló cerrando los ojos para que nadie distrajera el momento.

“Rosibel, mi esposa, quien nació en Chiriguaná, contaba con 20 años y comenzamos a vivir. En una ocasión me fui a una larga correduría y no supe de ella porque las comunicaciones eran imposibles, pero antes de regresar le compuse en el pueblo de Mompóx, Bolívar, la mencionada canción”.

Abrió sus ojos y le estaban brillando porque relataba la epopeya de esos amores legendarios que ni el tiempo ha podido derrotar.

“Al regresar, lo primero que hice fue ir a la ventana de su casa y regalarle la canción. Después de ella escucharla, abrió la puerta y me sonrió. Enseguida vino la sorpresa o sea el premio mayor del amor. Me contó que estaba embarazada”.

Enseguida sin pensarlo, se encontraron el sentimiento de alegría y tristeza porque las lágrimas abonaron los recuerdos.

“Aquella vez nació mi primera hija Denia Esther, y fue alegría total. Mi hija murió hace tres años”. Esa síntesis quebrantó el corazón del juglar y la salida fue respetar su silencio. Dejar que sus lágrimas fueran el testimonio de aquel instante.

Con el dolor que se registró en su corazón, y más calmado hizo una petición. “Cuando Dios me llame a su santo reino, esa canción me la deben cantar en mi tumba”.

Esas fueron las palabras sentidas del hombre que no se embelesa ante los triunfos, reconocimientos y admiración, sino que sigue siendo humilde y de mirada triste. El abuelo al que se le hacen agua los ojos al hablar de sus nietos que siguen su ruta musical.

Al indagarle al escritor, poeta y gestor cultural Fernando Bordeth Chiquillo, sobre el juglar pasero, soltó una de esas frases que lo pintaron de pies a cabeza. “Naferito, es tan grande que exhala un olor a invierno aún en el más fuerte de los veranos, es madera fina”.

Ahora Naferito vive en El Paso donde se refugió de la pandemia porque en Valledupar lo estaba matando el encierro, según manifestó.

Claro, que en su tierra sufre de nostalgias al recordar con orgullo a sus padres Náfer y Juana, a sus hermanos y demás familiares, entonces el llanto se hace irredimible cada vez que los menciona.

“Naferito, huele a rey”…

Al final salió a dar una vuelta por el pueblo para tomarse unas fotos, y en su recorrido iba saludando. Estando en esas un paisano veterano con la cabeza adornada con canas le dijo a voz en cuello. “Naferito huele a rey. Huele a Rey Vallenato”. Él, sonrió y se limitó a decir. “Que ocurrencia, que ocurrencia”…

Naferito, maestro de la dinastía Durán, siga caminando, siga tocando que con su acordeón al pecho y su linda nota sonora hace el mejor registro del folclor vallenato. Ah, y no se vaya todavía, que Dios camina a su lado