Por Juan Rincón Vanegas – @juanrinconv
Yo siempre tuve costumbre
de ser amable con la mujer,
y cuando me enamoraba
yo me entregaba sin condición.
El hombre al que la soledad lo hizo grande y fue su compañera permanente tuvo la gran virtud de ver con los ojos del alma. De esa manera, en una amplia franja de tierra y conectado a su pensamiento pudo ver a una mujer sonreír. La misma que lo hizo soñar sentado a orillas del río Tocaimo.
Esa era la dimensión de Leandro Díaz, el compositor guajiro que se conformaba con agarrarle las manos a una dama, escuchar su voz para inspirarse, regalarle versos y melodías cuando se lo dictaba su noble corazón.
La sensibilidad de ‘El cantor de Altopino’ fue tan grande que una enorme cantidad de sus versos fueron dedicados a la mujer que dibujaba en su interior, y en muchas ocasiones el amor llegaba por ese conducto.
En esos recorridos se encontró con episodios que provocaron canciones las cuales llenaron las expectativas y quedaron dentro de los clásicos vallenatos. “Me fuera bien o me fuera mal en el amor o la amistad, a la mujer yo le daba un puesto de honor”, contó en cierta ocasión el maestro Leandro Díaz.
Precisamente Gabriel García Márquez uso como epígrafe de su libro ‘El amor en los tiempos del cólera’, la frase: “En adelanto van estos lugares ya tienen su diosa coronada”, que hace parte de su canción ‘La diosa coronada’.
En la vida de este juglar no todo fue color de rosas y su entorno estuvo lleno de tristeza desde su nacimiento y varias de sus primeras canciones las hizo acompañado de lágrimas. ‘A mí no me consuela nadie’, es un ejemplo elocuente, pero también se agarraba de la esperanza para que Dios nunca lo dejara solo en el camino.
Creo en la vida que no llegaré a encontrar
una mujer que se duela de mis penas,
paso la vida renegando de este mal
un mal terrible que me condena.
La gran virtud de Leandro fue pasearse por diversos senderos de la geografía costeña enamorando de una manera diferente y dando cátedra de amistad a través de cantos con mensajes directos.
En esa seguidilla de ideas del ciego sabio del vallenato aparece una frase llena de filosofía. “Mientras más lento se piensa, más rápido se triunfa”. A esa se le suma otra que quedó en el registro. “Si las mujeres no existieran el corazón de los hombres no tuviera oficio”.
El hombre que encontró en el momento preciso de su existencia la táctica para derrotar las penas, siempre exaltó a las mujeres, así algunas lo despreciaran tal como sucedió con una famosa gordita. Efectivamente, a ella optó por castigarla cantando porque no podía maldecirla, debido a que era un acto de cobardía.
De igual manera en el canto ‘Preciosa mujer’, tomó la línea romántica y narrativa hasta darle salida a su sentimiento.
Una mañana la conocí
al mismo instante sentí quererla
le prometí hacerle una canción.
Yo fui a su casa lo más feliz
un momentito charlé con ella
salió cantando mi corazón.
Horas felices
La historia de Leandro Díaz, homenajeado en el Festival de la Leyenda Vallenata del año 2011, se puede contar de mil maneras, pero siempre aparecen dos ojos sin oficio que tenían la connotación de ser del alma, una memoria lúcida y considerable cantidad de versos maravillosos que dieron cuenta de la belleza interior de la mujer destilando perfume y con ese encanto que la hacía única en el mundo.
En ese viaje eterno por las historias de este juglar guajiro aparece San Diego, Cesar, a quien el compositor bautizó como “El pueblo de mis amores”. Allá, todavía vive Fanny Rivadeneira Cujia, la dama protagonista del merengue ‘Horas felices’ donde él relató la verdadera proeza del cariño y la amistad sincera.
Este merenguito bello nació en un atardecer
por eso con mucho gusto se lo vengo a dedicar.
Allá en la esquina del parque me saluda una mujer
desde que charlé con ella siento ganas de cantar.
Desde entonces no la he podido olvidar
y mis horas son felices como ayer.
Ella, para rememorar esa historia regresó a la esquina del parque de ese pueblo hermoso que tiene de fondo la iglesia, aunque insistió que era una mujer de pocas palabras.
“Lo conocí siendo yo muy joven porque mi casa fue escenario de muchas parrandas que hacían mis padres Joaquín Rivadeneira y Leticia Cujia, con los más importantes músicos de la región. Él, frecuentaba mi casa y siempre lo admiré”.
Hace una parada y sigue hablando con conocimiento de causa. “Sus canciones llegaban al alma. Las maravillas de Dios se reflejaban en ese personaje lleno del más grande talento”.
Ella, nunca pensó que fuera la protagonista de una canción, pero así pasó. Muchos le decían y no creía hasta que en cierta ocasión el propio compositor se lo ratificó.
“Escuché por primera vez la canción montada en un carro y me alegré mucho. La verdad, es que una vez, por allá en el año 1982, salí al parque y él estaba sentado en una banca, según dijo aburrido. Hablamos por largo rato y nunca pensé que esa charla fuera a dar para una bella canción”.
En ese momento destacó que los tiempos han cambiado y ya no se le canta a la mujer con bellos versos llenos de poesía y respeto.
“El maestro Leandro Díaz, fue un ejemplo del buen trato a la mujer. Era un dechado de virtudes. Lo hacía desde lo más profundo de su alma, pero ahora es diferente. No hay comparación porque las ofensas, odios y maltratos a la mujer es lo que se escucha por todas partes. Esto debe cambiar”, dice muy convencida.
El regalo
La canción ‘Horas felices’ del maestro Leandro Díaz, fue grabada por Poncho y Emiliano Zuleta en el año 1983, siendo replicada años después por Jorge Celedón e Ivo Díaz.
Seguro que mientras tenga sentimiento el corazón
viviré haciendo canciones para complacerte a ti,
dándote una serenata de guitarra y acordeón
haré todo lo posible con tal que tú seas feliz.
La joven Fanny Rivadeneira Cujia, vivía agradecida porque la canción traspasó las barreras de su tierra San Diego, y quiso hacerle un regalo al compositor. Como él en aquel momento no vivía allá, sino que iba con alguna frecuencia, le solicitó a una de sus nietas le avisara.
“Cuando supe de su llegada le llevé un detalle lleno de gratitud. Una camisa de color azul. Él, se alegró con el regalo que no esperaba, y de inmediato me cantó los primeros versos de la canción”.
Se volvió a repetir aquel merengue que nació en un atardecer allá en la esquina del parque. Ella, al recordar llena de emoción manifiesta. “Lo aprecié y admiré mucho. Siempre he sido una enamorada de sus canciones, y no dejo de recalcar que él fue una maravilla de Dios”.
Fanny, la mamá de María Victoria y Carolina Rayo, continúa escuchando las canciones del maestro Leandro Díaz, especialmente en un documental que le hicieron y añade que fue un luchador que sobrevivió en medio de muchas adversidades de la vida.
“Oír sus canciones es bello, pero conocer a fondo su vida es algo digno de admirar. Su ceguera nunca fue obstáculo porque siempre se encontró con ángeles en el camino”.
En el cancionero vallenato quedó esta historia plasmada en canto donde una sandiegana ocupó por un momento la memoria del juglar. Ella, trascurridos muchos años volvió al parque apareciendo con una fotografía del maestro donde está meditando, como siempre lo hizo.
Frases de memoria
El cantautor y verseador Ivo Luis Díaz, hijo del maestro Leandro, supo de primera mano la historia de la canción ‘Horas felices’, y tiene una bella amistad con Fanny Rivadeneira. “Ella, ha sido una de las fieles seguidoras de mi papá. Efectivamente, él le regaló esa canción”, expresa.
Después recalcó sobre la fijación de Leandro con la mujer, el adorno de la tierra, a quien le cantó sin cansarse.
“Mi papá insistía que en el dinero acabó con el sentimiento. Ya la poesía, las flores, los cantos y los detalles pasaron a segundo plano, sin pensar que lo bello de enamorar tiene su encanto”.
En medio de las reflexiones del poeta ciego Ivo recalca. “Leandro, decía que yo lo ponía a cantar para robarle lágrimas y sonrisas a la gente”. De esta dimensión era el hombre que le puso melodías a sus pensamientos.
El monumento
En el pueblo de San Diego, no solamente quedaron muchos cantos de versos chiquiticos y bajiticos de melodía e historias de grandes parrandas del hijo de María Ignacia Díaz y Abel Duarte, sino un monumento mandado a elaborar por el entonces gobernador Hernando Molina Araújo.
Esa obra inmortalizó al hombre que le cantaba a las mujeres a través de la destreza de su memoria donde aparecían las palabras precisas, incluso llenas de poesía y filosofía que muchos no lograron entender, pero que él sabía que salían de lo más profundo de su alma. Era sentimiento puro, esencia natural y el acumulamiento de experiencias vividas.
Definitivamente Leandro Díaz tuvo la virtud de que al cantar se aliviaran sus penas, las mujeres sonrieran y hasta le dieran regalos por sus hazañas musicales.
La sorpresa
Lo que Fanny Rivadeneira Cujia no esperaba era la sorpresa que le había preparado Ivo Díaz, quien unido al Rey Vallenato Almes Granados, le interpretó al lado del monumento de su papá la canción ‘Horas felices’.
La palabra gracias se quedó corta y en el ambiente pueblerino se calcó un pedazo de la obra de ese ser inigualable que se comparó con el cardón guajiro, al que nunca ni el sol lo marchitó.