“El vallenato se mueve por el mundo”, Alfredo de la Fe

El río Guatapurí fue el escenario ideal para que el artista cubano Alfredo de la Fe se paseara por su orilla, donde al decir del compositor Fredy Molina, que al crecerse hasta las pasiones calma.
Sentado o caminando, fue hablando de la gran fuente de inspiración que es el río que frecuenta en sus visitas a Valledupar. “Mi segunda tierra”, anota con emoción sublime mientras se lleva el violín al pecho.
Entrando en materia, comienza su disertación con conocimiento de causa: “Desde hace 34 años conocí sobre la música vallenata, y ahora puedo aseverar que se mueve por el mundo. Además, tiene un gran ingrediente que es Valledupar, una ciudad de gran encanto natural y musical. Es una tierra mágica”.
Alfredo, tiene verdaderas razones para aseverarlo porque es un trotamundo, y a sus 65 años de vida ha visitado 95 países donde ha acompañando a famosas orquestas y destacados cantantes.
Es una caja de historias y la salsa rodea sus sentimientos. Esa música que aprendió a querer desde muy niño recibiendo clases en su propia casa, y teniendo como madrina musical a ‘La Guarachera de Cuba’, Celia Cruz.
Tiene tanto que contar que resumirlo en poco espacio no es tarea fácil, y hasta las cuerdas del recuerdo se demoran en buscar la melodía precisa. Se decide a hablar desde cuando conoció el instrumento que lo enamoró.
“Nací en Cuba, mi nombre se ha repetido de generación en generación porque mi bisabuelo, mi abuelo y mi padre se llamaron Alfredo de la Fe. Que gran honor también llevar el nombre y representarlos como lo he venido haciendo porque todos fueron músicos”.
Su pensamiento regresó a la niñez, y relata una de esas historias que llevan en silencio la marca del destino.
“Cuando tenía dos años observé en la televisión un violín, y en mi inocencia pensé que no existía, que sólo era la magia de ese aparato. Después, cuando tenía cuatro años, vi uno en una tienda y me di cuenta que era realidad; luego, a los seis años, mi padre llegó a la casa con un violín que se había encontrado en la basura, y pasó a ser mi juguete predilecto, y eso que no tenía cuerdas, ni arco. Yo, jugaba a tocar ese violín”.
Hace una pausa obligada porque su corazón le enviaba señales de nostalgias inolvidables. Entonces siguió con su evocación: “Mi madrina Celia Cruz, viendo mi amor por ese instrumento decidió regalarme las cuerdas con el arco, eso sí, con el compromiso de que llevara el legado de la música cubana por todo el mundo, dándome su bendición”.
Entonces, cuando menos se esperaba, varias lágrimas hicieron un rápido paseo por sus mejillas, y limpiándolas con su mano derecha, dijo: “Y lo cumplí”. Además, fue más lejos: “Los últimos cinco años de vida de mi madrina, tuve el honor de ser su director musical. Celia, por siempre”. Sin pensarlo hizo una pausa normal porque sabía que los recuerdos estaban atropellando su alma. Respiró profundo y más calmado, cambió de tema.
“No puedo dejar pasar por alto la incidencia que tuvo otra importante mujer, Consuelo Araújo, ‘La Cacica’, en la música vallenata. Era una adelantada con una personalidad inigualable. La conocí en 1985, y al tener con ella una larga charla supe que esta música tendría un lugar destacado en el ámbito musical, no solo nacional, sino mundial”.

Amor por el vallenato

De inmediato, pidió dejarlo contar con pelos y señales la manera en que el vallenato se ganó la mejor partida de su vida.
“En 1985, Juan Manuel Santos me invitó a una parranda vallenata. Allí, estaba un señor tocando su acordeón. En un momento saqué mi violín y le solicité que me dejara acompañarlo, y no me miró tan bien. Le parecí extraño, y me contestó, “Pues será”; y nos gustó tanto que amanecimos tocando. Y ese acordeonero, era nada menos ni nada más que el gran Nicolás Elías ‘Colacho’ Mendoza. A partir de ese momento me enamoré del vallenato”.
Cuenta que ‘Colacho’ Mendoza le hizo una promesa. “Él, me dijo que me traería a Valledupar, una tierra de encanto. Me trajo, y toqué con los más grandes del vallenato: Jorge Oñate, Diomedes Díaz, Poncho Zuleta e Iván Villazón, entre otros”.
El músico cubano no paraba de narrar sobre esa nueva aventura musical: “Lo que más me impresionó fue llegar a una parranda debajo del palo e’ mango de la plaza Alfonso López, donde se encontraba el viejo Emiliano Zuleta con sus hijos Poncho y Emiliano, y amanecimos tocando. Ese día me picó más fuerte ese insecto llamado vallenato, y prometí que nunca le iba a buscar cura”.
Al regresar a Bogotá, el artista no perdió el tiempo y de inmediato grabó la producción musical ‘Alfredo de la Fe Vallenatos’, en la cual participaron grandes acordeoneros y cantantes, y con motivo de los 50 años del Festival de la Leyenda Vallenata volvió a hacerse sentir.
Después de demostrar su amor por el folclor vallenato, hace un nuevo recorrido por su historia: “He visitado 95 países, he visto muchos acordeoneros, pero en Colombia es diferente porque no hay en el mundo quien lo haga y lo sienta de la misma manera como acá lo hacen. Eso me enamoró, porque el violín y el acordeón son bastante parecidos”.
Subía y bajaba el tono de su voz como lo hace con las cuerdas de su violín, para pasar a otra historia que lo apasiona.
 
‘La diosa coronada’
 
Sin dar muchas vueltas, y caminando por los senderos del folclor vallenato, dijo: “La canción vallenata que más me gusta es ‘La diosa coronada’, del maestro Leandro Díaz, porque encierra una bella historia”.
No había oportunidad de frenarlo porque iba camino a contar el suceso que sigue alegrando su vida. “En Cartagena, cuando me conocí con Gabriel García Márquez, se encontraba escribiendo su libro ‘El amor en los tiempos del cólera’, y de repente me preguntó que si sabía tocar ‘La diosa coronada’ en violín. Yo le dije que sí, e inmediatamente salí a buscar mi amado instrumento y la interpreté. Tiempo después, cuando salió el libro mi sorpresa fue que en la página 95 se cuenta que Florentino Ariza le toca el violín a Fermina Daza, la diosa coronada”.
Enseguida, invitó a leer apartes del libro donde se dice: “No le dijo a nadie que se iba, no se despidió de nadie, con el hermetismo férreo con que sólo le reveló a la madre el secreto de su pasión reprimida, pero a la víspera del viaje cometió a conciencia una locura última del corazón que bien pudo costarle la vida.
Se puso a la medianoche su traje de domingo, y tocó a solas bajo el balcón de Fermina Daza el valse de amor que había compuesto para ella, que sólo ellos dos conocían y que fue durante tres años el emblema de su complicidad contrariada. Lo tocó murmurando la letra, con el violín bañado en lágrimas, y con una inspiración tan intensa que a los primeros compases empezaron a ladrar los perros de la calle, y luego los de la ciudad, pero después se fueron callando poco a poco por el hechizo de la música, y el valse terminó con un silencio sobrenatural.
El balcón no se abrió, ni nadie se asomó a la calle, ni siquiera el sereno que casi siempre acudía con su candil tratando de medrar con las migajas de las serenatas. El acto fue un conjuro de alivio para Florentino Ariza, pues cuando guardó el violín en el estuche y se alejó por las calles muertas sin mirar hacia atrás, no sentía ya que se iba la mañana siguiente, sino que se había ido desde hacía muchos años con la disposición irrevocable de no volver jamás”.
La magia de Gabo se volvió a sentir al leer ese episodio de la serenata con violín donde el corazón callado y en notas profundas de dolor se negaba casi a palpitar. Con la emoción a todo galope, Alfredo de la Fe cuenta que a los años se encontró nuevamente con Gabo, y le confesó que su interpretación musical fue clave para darle forma a aquel episodio de los amores de Florentino y Fermina. “También me dijo que era un homenaje para mí. Eso es inmenso, eso es inmenso”.
 
Vallenato para el mundo
 
Después de la emoción sublime, regresó para hablar del vallenato que lo tiene enamorado de por vida. “El vallenato le debe mucho a Carlos Vives, ya que él fue el encargado de transmitirlo en muchos rincones del mundo. Es un artista que tiene magia, y supo darle la mayor importancia a los juglares. Además, la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata ha educado a la gente, ha hecho que el vallenato sea el mejor producto de consumo musical. La verdad es que Consuelo Araújo fue una mujer visionaria, la misma que sembró la semilla que hoy es un árbol gigante que está dando los mejores frutos. Lástima que no esté con nosotros, pero en cada festival su presencia se sigue sintiendo”.
Entonces, tocó un punto clave en la conservación del vallenato raizal. “La nueva generación cada día sorprende más. En otros partes del mundo se preguntan por sus anteriores referentes musicales y no dan respuesta alguna, en cambio acá se saben los nombres e interpretan sus canciones, eso es algo muy bello y digno de admirar”.
En medio de las respuestas, fijaba su vista en el rio Guatapurí, cuyas aguas se desplazaban de manera lenta dejando el mensaje de su claridad y de sentirse orgullosas porque mojan a Valledupar de muchas alegrías.
Se levantó para irse a sus periplos musicales por el mundo, pero antes dejó un mensaje preciso: “A veces la gente busca el tesoro que está enterrado en el patio del vecino, y no se da cuenta que está en el patio de su casa. Yo, que he estado en muchas partes del mundo, y llego acá viendo enseguida todo ese cariño, la pureza de su gente, lo lindo que se siente caminar por la orilla del río Guatapurí, oír las aves y escuchar los hermosos cantos. En fin, Valledupar y la música vallenata están en el más alto nivel”.
De inmediato interpretó con su violín la canción ‘Amor sensible’ provocando que el río Guatapurí al pasar por su lado le hiciera el coro…