Por Juan Rincón Vanegas
@juanrinconv
Una traga maluca. Así se podría denominar el amor desbordante de Calixto Antonio Ochoa Campo por aquella mujer vallecaucana que un día partió sin decirle nada, y a él no le quedó otra alternativa que hacerle dos canciones donde le pedía alguna explicación.
El Rey Vallenato del año 1970 puso a funcionar el radar de su corazón para que la joven Diana Aristizábal diera señales de vida, o alguien le dijera que la estaba buscando con premura porque su corazón en medio del silencio la pedía a gritos.
La noticia musical donde se notaba que el compositor tenía el alma teñida de tristeza viajó por todas partes, pero no hubo razón, ni chica, ni grande. A pesar de eso, él seguía navegando sin rumbo fijo por los caminos de la esperanza. Es más, aseguró que se podía convertir en un submarino para buscarla hasta en el fondo del mar.
Y si me pierdo en la lejanía de ese mar inmenso
díganle a Diana que en busca de ella es que andaba yo.
Yo sé que ella se encuentra lejos en estos momentos,
pero tendrá que volver al puerto donde se embarcó.
Efectivamente, Diana se perdió de Buenaventura, Valle del Cauca, después de hacerlo enamorar, y ponerlo a inspirarse recordando cuando la atrapaba a besos y sus cuerpos eran uno solo.
En medio de ese inesperado suceso, Calixto Ochoa abrigaba la esperanza que Diana retornara al puerto donde se marchó, y no estar caminando por el paisaje de sombras tenues donde la palabra adiós cerraba todas las puertas.
Diana de mi alma, cariño mío, ven a darte cuenta
cómo he quedado desde ese día en que te ví partir.
Y si no vienes seguramente aquí no me encuentras,
y lo que pasa es que yo sin ti no puedo vivir.
En la canción ‘Diana’, que el mismo cantautor grabara en el año 1971, se sacudieron las palabras derramando la mejor fragancia de sentimientos hasta provocar que ‘El negro Cali’ confesara que la amaba, a pesar de estar preso en las soledades propias de los enamorados.
‘En busca de ella’
Tiempo después hizo un segundo intento, y volvió a llamarla en otra canción con demasiada angustia, porque ni las olas del mar de aquella tierra le traían algún papelito con la respuesta deseada.
Ni siquiera una razón de boca pudo dejarme
ni mucho menos un papelito el día en que se fue.
Yo, la buscaba angustiosamente por todas partes
a la deriva llegué hasta la isla de San Andrés.
Después volví a regresar al punto de su partida,
buscando a ver quién me podría dar una explicación.
Miraba al mar, miraba las olas y seguía optimista
porque su imagen se reflejaba en mi corazón.
Acongojado, sintió como la agonía hacía estragos en su humanidad y con cierta resignación le daba ese adiós que era de labios para afuera. La ausencia de Diana le causó mucho daño, así lo relató en sus versos.
El milagro de hallarla no se realizó, y esas canciones quedaron como constancia de que un humilde campesino no pudo cultivar ese amor en terreno fértil, sino que optó por tocar otros corazones hasta sanar sus heridas.
Confesiones de Calixto
La tragedia de amor vivida por Calixto Ochoa, el hombre humilde, alegre y con la mayor picaresca en la música vallenata, le enseñó que dejarse llevar por el desdoble de los sentimientos no era la fórmula precisa para aterrizar donde las miradas caían viendo sonrisas pasajeras y palabras lisonjeras.
Muchos años después, ya estando en la recta final de su vida, Calixto solía darse paseos por los recuerdos, y enseguida lo sacudían esas oleadas de nostalgia. De esta manera, estando en su casa del barrio La Terraza, en Sincelejo, hablaba en detalle de los amores que por momentos se posaron en su corazón al compás del acordeón que se encargaba de sacarle las mejores notas.
La principal confidente siempre fue Dulsaides del Rosario Bermúdez Díaz, ‘Dulsa’, su última compañera, quien dedicaba todo el tiempo para escucharlo y conocer, además de las canciones, su historia real.
Ella, aceptó amablemente contar algunos de esos secretos del maestro Calixto Ochoa. “Nos teníamos la confianza necesaria, hasta me decía chismosa porque quería saber de todo, y por eso me explicaba en detalle las historias de muchas de sus canciones”, comenzó diciendo.
Recalcó que dejó más de mil 400 canciones sin repetir letras, ni melodías. “Y hasta quedaron algunas iniciadas, como ‘La araña’, que tiene su jocosidad”.
Al indicarle exactamente sobre los temas ‘Diana’ o ‘Buscando a Diana’, que más adelante se llamó ‘En busca de ella’, sonrió y empezó a contar: “Esas canciones las grabó inicialmente el maestro Calixto, y después lo hicieron con gran éxito Diomedes Díaz con Ovidio Granados, y Farid Ortiz con Emilio Oviedo, respectivamente”.
Llegó al momento justo de conocer aquella historia del acordeonero, compositor, narrador, historiador, cuentista y cronista más profundo que ha tenido el folclor vallenato.
“Diana era una joven morena nacida en Buenaventura, a quien Calixto conoció en una caseta y se enamoró a primera vista. Él, iba mucho allá a presentarse con Los Corraleros de Majagual y tuvo su idilio con ella”.
Vuelve a traer a su mente ese relato, y manifestó: “Demoraron viéndose varios años, cada vez que él iba con la agrupación y se quedaba por mucho tiempo, hasta la vez que no la encontró. Él, siempre abrigó la esperanza de hallarla y por eso hizo las dos canciones, pero ella nunca apareció”.
Cuando la charla estaba con el mejor enfoque, Dulsaides Bermúdez sorprendió diciendo: “Calixto siempre conservó una foto de Diana, la mujer que lo ilusionó profundamente, y con gusto se la voy a regalar para que ilustre la historia”.
Calixto y Diomedes
Dulsaides, quien también tiene una historia de película al vivir con el maestro por espacio de 25 años, al final no quiso quedarse sin contar la anécdota que Calixto Ochoa relataba con emoción, por tratarse del cantante que más lo admiraba.
“Una vez, Calixto fue a tocar un baile en La Junta, La Guajira. Al poco tiempo de terminar sus tandas musicales, ya cansado se acostó en una hamaca. Hacía mucho calor y no había ventilador, entonces, Diomedes Díaz se encargó por varias horas de echarle fresco con un cartón. Enseguida, él decía que ese era el tamaño de la humildad de Diomedes”.
Hace cinco años, Calixto Ochoa duerme eternamente, pero en la voz de Diomedes Díaz se sigue escuchando el mensaje que le dejó dicho a la mujer que lo hizo llorar, cantar y viajar durante varios años a tierras vallecaucanas: “Si acaso yo no regreso más por aquí, díganle a Diana que rece y ruegue por mí”.