Por Juan Rincón Vanegas – @juanrinconv
En la sala de su casa y en medio de la tranquilidad del municipio de La Paz, apareció sonriendo con su amabilidad y sencillez característica el Rey Vallenato, Miguel Antonio López Gutiérrez, quien recientemente cumplió 80 años de vida.
“Estoy listo para contar todo”, fue lo primero que dijo y sin pérdida de tiempo inició la confesión.
“Yo comencé a tocar acordeón a los 10 años. ¿Cómo pasa el tiempo? Ya hace 70 años”. El tren del ayer hizo el primer recorrido en su memoria y continuó diciendo. “Un día amanecí con ganas de agarrar el acordeón que en la casa lo tocaba era mi hermano Pablo. Yo tocaba la caja, pero ese día cambiamos y así nos quedamos para siempre. Vea, que a ambos nos sirvió”.
Su hija Tanía, quien lo acompañaba, sonrió y él siguió con su pausado relato. “Tengo que decir que mi mamá Agustina Gutiérrez Zequeira cuando me vio tocar le gustó y enseguida me apoyó y acertó. Mis padres hicieron posible que nos enamoráramos del vallenato”, relata mirando para el cielo.
No dio lugar a que la nostalgia se anidara en su relato. “La casa de mis padres fue el templo del vallenato en toda la región porque por allá pasaron personajes de la vida nacional, incluso Gabriel García Márquez, contó varias anécdotas que le han dado la vuelta al mundo”.
Ese fue el inicio formal de los famosos Hermanos López, agrupación que marcó la pauta en la música vallenata. “Al poco tiempo con mis hermanos comenzamos a tocar en cumpleaños, matrimonios y en cuanta fiesta nos invitaban en La Paz, Valledupar y toda la región. Nos fuimos poco a poco hasta a llegar a grabar en Bogotá, asunto que no fue nada fácil, pero gracias a Dios se logró en la antigua CBS”.
Vida familiar
De repente frenó y se metió de lleno a su vida familiar donde tiene una cosecha de 12 hijos, 29 nietos y 10 bisnietos.
Comenzó a citar sus hijos uno a uno: Álvaro, Martha, Miguel Antonio, Tania, Patricia, Gustavo, Katia, Román, Marianela, Yolima, Miguel Ángel y Adalberto.
Cuenta que se casó con Fidelina Carrillo Torres, con quien tuvo nueve hijos. Ella falleció el 25 de enero de 1986. También que tuvo dos hijos con Matilde Torres y uno con María Asunción Calderón.
“Mis hijos, nietos y bisnietos son mi vida, y vivo agradecido de ellos porque me han demostrado su amor. Tengo una bella familia”. Sonrió hasta por dentro recordando esa cosecha de vida.
Estando metido en el campo familiar, destacó las satisfacciones que le ha dado su hijo Álvaro, quien el año pasado se coronó Rey de Reyes del Festival de la Leyenda Vallenata.
“Álvaro es un maestro. Me alegra que siguiera la línea nuestra y entregara ese gran triunfo que engrandece a la dinastía López. Él, fue el último acordeonero de Diomedes Díaz y ahora está con Jorge Oñate, con quien grabó un excelente disco. Siempre le doy las gracias a Dios por sus victorias musicales”.
Entonces confesó. “Todas las noches antes de acostarme leo la Biblia y le pido a Dios por todos, porque sin Dios no hay nada. Sin Dios es como tener el acordeón cerrado”.
Después pasó a hablar de su hijo Román, quien también toca acordeón. “Él grabó un buen disco con Silvestre Dangond, pero se enfermó. Se estaba poniendo flaco y decidió alejarse de la música. Es un acordeonero bueno y aspiro a que se corone Rey Vallenato. Ojalá que sea antes de que Dios me llame”.
La sonrisa se le escapó de sus labios, la tristeza entró en su cuerpo y con sus dos manos escondió sus ojos. El hombre bueno y noble, el genial acordeonero, cayó en la trampa de la nostalgia.
Enseguida y para olvidar las tristezas entró a contar como pasa sus días después de haberse retirado de la música y estar en contadas parrandas. “Vivo entre la casa y la finca de nombre ‘La Providencia’ o como le llaman algunos ‘El Descanso’, a 20 minutos de La Paz. Siempre me gustó la agricultura y allá me siento feliz rodeado de la naturaleza y de ratos de tranquilidad. Puedo decir que he tenido una vida grata y gracias a Dios han reconocido mi aporte a la música vallenata que se creció con el paso de los años”.
La canción más querida
Se alegró de hacer un recorrido por su vida y por el aporte que le hizo a la música vallenata que se ha extendido a varios de sus hijos y por toda su familia. Le agradeció a Dios por sus 80 años y dijo que si le regalaba 20 más le tocaba vivirlos, porque esos regalos eran lindos y no había que despreciarlos.
Sonrió y contagió a los presentes, miró para todos lados y enseguida puso a cabalgar sus dedos por su acordeón para interpretar la canción que más le gusta de tantos y tantos vallenatos que ha moldeado. “Esa canción es ‘Jardín de Fundación’, de Luis Enrique Martínez, mi ídolo en el vallenato, aunque admiré a Alejo Durán, Lorenzo Morales, Emiliano Zuleta, ‘Colacho’ Mendoza y Calixto Ochoa, entre otros”.
Cuando terminó de interpretar y cantar una estrofa de la canción manifestó: “Siempre se ha dicho que soy el Rey Vallenato mudo, pero yo cantó y bien afinado. Lo que pasó en aquella ocasión del 5° Festival Vallenato es que estaba el joven guacharaquero y cantante Jorge Oñate, quien me acompañó y no se podía desaprovechar esa ventaja. Y para corroborar lo anterior preguntó. “¿Con ese ‘Mampano’ para qué iba a dar a conocer mi voz? No hacía falta”.
Precisamente Jorge Oñate alcanzó su gran notoriedad al grabar con los Hermanos López, una serie de producciones musicales que marcaron la pauta y que todavía son referentes del folclor. “Oñate es de la familia y escribimos páginas grandes en el vallenato”, expresa el Rey Vallenato de 1972.
Miguel López siguió hablando de cantantes y anotó que había enseñado a cantar a Diomedes Díaz. “A Diomedes le dábamos oportunidad de cantar en nuestra agrupación, así fuera una o dos canciones. También lo llevaba a las parrandas. Él era bueno para versear. Le tuve paciencia y le enseñé a cantar. Gracias a Dios el muchacho salió bueno, y vea hasta donde llegó. Talentoso si era”.
70 años de folclor
Se quedó sonriendo como lo hizo al dar la bienvenida a su casa ubicada en el barrio Las Flores, después de contar de sus achaques de salud que lo afligen mucho, de aconsejar a los nuevos acordeoneros para que sigan la línea del vallenato clásico, de sentirse satisfecho de su vida llena de notas y de alegrías cantadas que han alimentado al folclor vallenato por exactamente 70 años. Toda una hazaña en la música que escuchó incluso antes de dar sus primeros pasos.