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Por Juan Rincón Vanegas – TW @juanrinconv
A la entrada de la vivienda de Dalia Esther Zuñiga, ubicada en la carrera 10 No. 4-27 de San Juan del Cesar, La Guajira, está una estatua de Juan Humberto Rois Zuñiga, dándoles a todos la bienvenida. Tiene un ademán de “Todo bien”. Porta ropa elegante, las botas que más le gustaban y una hermosa cadena con figura de acordeón.
Así quiso su mamá Dalia que la figura de su hijo Juancho fuera el centro de atracción. Está en una urna de cristal y madera, y todo gira en torno al célebre acordeonero que impuso su estilo y que en vida dio la más grande muestra de calidez humana. Ella, tiene una habitación, museo la llama, con cuadros de la vida y obra musical del artista. Están los momentos gloriosos al lado de familiares, artistas y amigos.
Sentarse a hablar con ella es entender que tiene todas las palabras juntas para describir a su hijo y no permite que nadie hable mal de él porque le cae irremediablemente la lengua sanjuanera. Y con razón porque su hijo sigue siendo su gran adoración hasta el punto de decir que “Juancho Rois tiene dos dueños: su hijo y yo”.
Se acomoda en su mecedora y comienza a hablar del gran acordeonero, del hijo que partió de la vida el 21 de noviembre de 1994.
“De Juancho Rois tengo todos los recuerdos, principalmente su hijo. Para mi Juancho Rois sigue en mi casa donde se encierran todo lo concerniente a su vida y obra musical”.
Entonces señala cuadros y más cuadros colgados en la pared. Son en total 64 donde se refleja la sonrisa que nunca dejó el artista.
Despacio va sacando todas las reliquias que guarda de ese ‘Juanchoooo’ como lo llamaba Diomedes Díaz. Y en medio de fotos, discos y cientos de detalles expresa “el último recuerdo que tengo de Juancho fue el día de su matrimonio, que fue el día más feliz de su vida. En esa fecha pasó algo bien bonito porque nos unimos más nosotros. Cuando él vio que llegué a Montería, me dijo que lo había hecho feliz, porque creía que no iba. Nos abrazamos largamente y me dio un beso”.
En ese preciso momento el dolor se estaciona en su garganta y las lágrimas toman forma de testimonio silencioso en sus ojos y no puede hablar más.
Arrebatando de un tajo el dolor replica: “Con Juancho se me fue más de la mitad de mi vida”.
Enseguida hace una parada y refiere cuando tuvo que irse para Venezuela y dejarlo bajo el cuidado de su familia.
“Cuando me fui a trabajar a Maracaibo el primer regalo que le mandé fue un acordeón. Le mandaba ropa y juguetes, pero nunca faltaba el acordeón. Yo pensé que sería músico por su gran capacidad, pero nunca que alcanzara la dimensión que tuvo y una cosa que me llena de orgullo es que todo el mundo lo quiso por su sencillez, por su amabilidad, por su carisma y por su manera única de tocar el acordeón. Era todo un personaje de la música vallenata”.
En medio de su relato indica que para Juancho, San Juan del Cesar, era lo máximo. Además de ser su patria chica, era su refugio cuando sus compromisos se lo permitían.
“Él, adoraba a su pueblo. Caminaba sus calles, jugaba con los niños y jóvenes y se los llevaba para donde las fritangueras y les daba empanadas. Ese era su mayor deleite. Ponía en fila a los chanceros y les apuntaba a cada uno y jugaba hasta con los locos. En su pueblo como dice la canción, era el Rey”.
En sus amores, su mamá lo defendió y no lo puso como un santo sino que lo metió dentro de los que poco se entregaban. Fue la primera y única vez que sonrío en medio de la entrevista.
“Juancho fue un hombre enamorado, pero no un enamorado apasionado que se iba a entregar a una mujer. Tenía sus amoríos, pero no era muy dado a engañar a ninguna. Tuvo acá a una novia que quiso y yo también la quise”.
En ese instante no se atreve a confesar el nombre de la afortunada del amor de Juancho y prefiere seguir guardando el secreto. Solamente señala: “Yo hubiera querido que ese amor se hubiera concretado, pero la vida dio las vueltas necesarias y su gran amor fue Jenny Dereix con quien se casó muy enamorado. Los dos estaban enamorados y eso se notaba hasta en sus miradas”.
Habla entonces del matrimonio y sus ojos vuelven a ser tomados por las lágrimas. “Estuve de acuerdo con ese matrimonio porque sabía que con ella iba a conseguir su felicidad, iba bien casado porque se llevaba una gran mujer. Me duele en el alma que no hubiera disfrutado por mucho tiempo su felicidad y que llegará a su plenitud que era el nacimiento de su primer hijo. Dios lo llamó sin dejarle conocer a su hijo del cual se sentía orgulloso y hablaba, y hablaba sin parar de él”.
Juancho hace milagros
En los últimos años Dalia ha sufrido constantes quebrantos de salud e incluso el médico le prohibió visitar la tumba de su hijo. A pesar de eso le envía las flores y pide que le recen, pero en medio de la charla manifiesta que Juancho hace milagros.
“A mi casa llega mucha gente de todas partes a decirme que le pidieron a Juancho Rois y les hizo un milagro. Yo creo todo eso porque mi hijo era humanitario”.
Finalmente la mamá de Juancho indicó que había soñado con su hijo y le había dictado los números 935 y 358, pero nunca le ha apostado a la suerte, porque esa misma suerte le cambió cuando se lo llevaron a San Juan del Cesar metido en un féretro para darle la despedida más triste de la vida.
Dalia Zuñiga, poco sale y su alegría es recibir a los visitantes para contarles de la vida y obra del hijo querido que tiene en un monumento expuesto a la vista de todos y de esta manera corroborar que aunque los años pasen él permanece en su casa. Además, lo sigue llorando y añorando y se pega con toda propiedad a la frase dicha por Diomedes Díaz en la canción ‘El ahijado’: “Los hombres buenos cuando mueren, del cielo nos miran todos los días”.